Ver cómo Afganistán se convierte en un caos al final de la presencia estadounidense me rompe el corazón.
Como en todas las guerras perdidas, ahora pasamos a señalar con el dedo y culpar a los demás. El problema es que perdemos de vista las grandes lecciones que hay que aprender: pensar que este mal final fue el resultado de errores tácticos u operativos, en lugar de una estrategia equivocada.
Yo, como la mayoría de los estadounidenses, pensaba que 20 años y 2 billones de dólares eran suficientes. Pero también deseábamos una transición más ordenada a un estado diferente, aunque fuera menos deseable que el que esperábamos. El mortal atentado del jueves en el aeropuerto de Kabul no hace sino aumentar nuestra consternación.